La noche lo inundaba
todo, solo las farolas, lúgubres y parpadeantes rompían la monótona oscuridad,
como si fueran islas en el mar. La lluvia discurría por su cara y dibujaba su
silueta. Intentó mirar el reloj, pero le resultó imposible saber qué demonios
marcaban esas dos pequeñas dictadoras atadas a su muñeca.
Ariane, por Isabel Marqués
El
viejo señor Moohan nos hablaba de espaldas a su cuadro, volviéndose regularmente
para señalar con un pincel los detalles del paisaje. Su piel se asemejaba a la
pintura reseca en los retratos inacabados de jóvenes o niños, que la vejez
abraza antes de que el maldito artista pueda perfilar del todo, porque ya no
recuerda quiénes fueron ni cómo crecieron tan rápido.
La mujer perfecta, por Elia G. Durán
Un
hombre y una mujer están cogidos de la mano: lo más probable es que simplemente
estén paseando, pero hay algo que no me cuadra en esta pareja. Les sigo ¿Es que
no tengo nada mejor que hacer? Sí, sí, pero no puedo; ahora quiero ver porqué
ese hombre parece un cadáver y esa mujer no parece darse cuenta. Él está tan
pálido que me entran ganas de acercarme y ofrecerle ayuda. Da pena. Ella parece
perfecta.
El remedio universal, por Joel Mutombo
Durante varias
generaciones se habló de aquella guerra que asoló una nación entera, que
consiguió colocar en bandos opuestos a las personas, obligándoles a no buscar
otra cosa que no fuera el destruirse la una a la otra… a quienes en un
principio mantuvieron una relación ya fuese de amistad o de parentesco
familiar, a quienes alguna vez se juraron mutuamente amor eterno, a quienes
nunca habían cruzado palabra pero lo único que podían hacer era odiarse porque
se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado…devastadores
efectos tienen las guerras.
A pesar del amor, el éxito y la riqueza, por Joel Mutombo
Érase una vez un hombre,
al que le rondaba por la cabeza el más pleno de los convencimientos, sobre que
lo que se lograba durante el tiempo del que se disponía aquí en la tierra,
afortunada o desafortunadamente gozaba de una gran relevancia en dónde fuera o
fuese que se llegase a parar, al tocar a su fin dicho periodo.
Pub..., por María Coduras
Siempre
era la misma historia. Abrías las puertas del local, saludabas al portero, ese
que tenía cara de pocos amigos, y penetrabas en la oscuridad luminiscente.
Desde
niño eras aficionado a los solitarios, qué mejor que jugar contigo mismo, en la
más deliciosa soledad, y sin tener que dar cuentas a nadie (pensabas).
Pepe Keaton, por María Coduras
Se
había quedado sin trabajo. Después de media vida en la misma empresa, había
llegado, cerrojazo, y a la calle. Para
Pepe, era extraño deambular por las aceras de la ciudad a plena luz del día
después de tantos años de trabajo de luna a luna, así que salía cual vampiro
encubierto tras unas gafas de sol rescatadas de un cajón de su mesilla de
noche, año catapún, regalo de alguna conocida marca de tabaco.
La hoja, por Elia G. Durán
Érase
una vez una casa muy, muy grande que tenía dentro una casita muy pequeñita. En
esta casa más pequeña vivían varias familias de gallos y gallinas; vivían
cómodamente, con su pienso y su paja en abundancia, comiendo, durmiendo y
cotilleando con el resto del corral, sin más problemas. Era, en definitiva, un
lugar tan normal como cualquier otro.
¡Siéntate!, por Elia G. Durán
En el principio de los tiempos, antes del mundo que
conocemos, existió un gran artesano. Era un hombre anciano que siempre había
vivido a través de sus manos: con ellas moldeaba la materia, convirtiéndola en
diferentes objetos, algunos de ellos muy útiles, otros quizás más bellos, y
cientos para todas las cosas que uno pueda imaginar o necesitar, pero de entre
todas ellas, la que más agusto trabajaba, era la silla.
Disfrutando del sofá, por Jorge J. Zorraquín
Llegó a su casa. Nada le
podía reconfortar no ya de un mal día sino de toda una semana: la casera le
exigía el pago del mes, el coche estaba en el taller, la pensión para sus hijos
esperaba desde hacía varios días y su trabajo no le llenaba.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)