Huida, por Jorge J. Zorraquín


       La noche lo inundaba todo, solo las farolas, lúgubres y parpadeantes rompían la monótona oscuridad, como si fueran islas en el mar. La lluvia discurría por su cara y dibujaba su silueta. Intentó mirar el reloj, pero le resultó imposible saber qué demonios marcaban esas dos pequeñas dictadoras atadas a su muñeca.





Él no corría, huía ¿De qué? Siempre hay que huir de algo ¿Por qué? Qué más da. Aquello que fuere solo le perseguía a él, a ningún otro. Buscaba su esencia, sus látidos.
Freno en seco su agobiante marcha. Su pecho lleno de nicotina no soportaba más ese ritmo frenético. Sudaba. Sudaba como las paredes de un apartamento de 3ª reservado para noches en vela y botellas de whisky. Miró en su bolsa, cogió el desodorante y roció su cuerpo.
-“Con esto ganaré tiempo”, se digo para sí.
-“No amigo”, dijo una voz, “sigues siendo tú”
Sus piernas reaccionaron instintivamente, pero cada una con unas directrices distintas. No había recorrido ni 3 metros cuando sus manos evitaron que su boca bebiera las sucias aguas de un charco. Quedo bajo una farola y ante un escaparate, jadeando, agotado, desarmado.
-“La ropa, tiene que ser la ropa”. Bajo una lluvia torrencial se desprendió de su camisa, del pantalón. Cogió su cartera y la tiró lo más lejos que pudo. Inútil, todo estaba tirado a su alrededor.
La voz se oyó, profunda y oscura, desde todos los rincones, pero en ningún lugar: “De nada vale”. La oscuridad acabó por absorberlo todo. Paró la lluvia y solo se oía un tenue goteo. La farola recuperó poco a poco su brillo. Su luz enfocaba un charco de sangre cercano, allí, coleteaba un corazón, solo, desarmado.

“Sigues siendo tú, de nada vale”

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