La hoja, por Elia G. Durán


Érase una vez una casa muy, muy grande que tenía dentro una casita muy pequeñita. En esta casa más pequeña vivían varias familias de gallos y gallinas; vivían cómodamente, con su pienso y su paja en abundancia, comiendo, durmiendo y cotilleando con el resto del corral, sin más problemas. Era, en definitiva, un lugar tan normal como cualquier otro.



Un día, dos pollitos de diferentes familias se hicieron muy amigos; donde estaba uno, estaba el otro. No podían estar separados y siempre andaban con sus pequeñas patas, jugando con las piedrecillas de la tierra, cotilleando con las gallinas y, de vez en cuando, molestando a los fuertes y valientes gallos que asustaban con su fuerte cacareo a los pollitos.  Sin embargo, con el tiempo, uno de los pollitos fue creciendo y se hizo más fuerte y más gallardo que el otro. Todos en el corral se admiraban de lo rápido que crecía uno, y de lo débil y asustadizo que parecía el otro. El pollito que, además de ser fuerte y valiente, tenía mucho carácter, quería ser como los demás gallos y se enfadaba mucho cuando veía que el pollito pequeño se asustaba de los gritos y lloraba. No entendía porqué no podía ser como él; aún así, los dos pollitos seguían jugando juntos porque se querían.
No ocurrió nada nuevo hasta que, de repente, un día algo trastocó el mundo del pequeño y cobarde pollito: alguien dejó caer una hoja de un libro en la puerta de la casita de los gallos y las gallinas. El pollito débil y asustadizo no sintió nada de miedo al ver esta cosa tan extraña; antes bien, sintió una gran curiosidad. Sintió tantísima curiosidad por aquel extraño papel con garabatos que, sin pensárselo dos veces, no se sabe muy bien porqué, se lo comió, y más contento que en toda su vida, se fue a dormir con el resto de los gallos y gallinas. ¡El pobre pollito no sabía lo que se había comido y lo que le iba a pasar por aquel atrevimiento!
Al despertar por la mañana, el pollito cobardica fue corriendo, como todos los días, a jugar con el pollito embravecido pero, aunque no se daba cuenta, algo había cambiado, y en cuanto su amigo lo vió venir con aquellos movimientos tan rápidos, se asustó muchísimo: ¡se había convertido en un búho!
¿Cómo podia un pollito convertirse en un búho? ¿Qué diantres había pasado?
Los dos se miraron durante unos segundos y el pollito fuerte, gallardo, valiente, embravecido y de gran carácter salió disparado por la ventana de la casita, que era la única salida que tenía a mano, dándose un buen golpe contra el suelo, lo que, no obstante, no le impidió seguir corriendo.

El búho, ante semejante reacción, comenzó a llorar sin remedio ¿Por qué no quería jugar con él? Su amigo, su mejor y único amigo, le había abandonado; se había ido, le odiaba. ¡Pero no era así! El búho no se daba cuenta de que el pobre pollito valiente y él eran diferentes. Él era ahora demasiado grande; su pico era demasiado grande y, como nunca podia cerrarlo del todo, aterrorizaba al pollito que, en realidad, no era tan valiente como todos pensaban.  Sin embargo el búho seguía sintiendo muchísimo dolor y lo intentó todo para volver a ser normal: quiso vomitar la hoja de papel, arrancarse sus gigantescas plumas e intentó estrechar su cuerpo, metiéndose dentro de una caja enana. No hubo manera.
Los llantos del desgraciado búho llegaron a los oídos de la gallina más mayor del corral: era la que más huevos había puesto, la que más años había aguantado y la que más animales conocía. Esta sintió mucha pena, porque sabía lo que había pasado y fue a consolarle y, aún estando este dentro de la caja, le dijo:
— ¿Por qué lloras, pequeñín? Inquirió con ternura.
— Mi amigo el pollito ya no quiere estar conmigo, ha huído ¡ya no me quiere!
— Y ¿por qué ha huído? ¿habéis discutido?
— No es eso; soy yo. Soy diferente, ahora soy distinto ¡mírame!¡soy un búho! Además, siempre estoy llorando y quejándome por todo; él es tan fuerte…
La gallina, algo desconcertada, necesitó reflexionar unos minutos. No era fácil explicarle a un animalito tan pequeño qué era el amor y qué era la amistad. Ni siquiera era fácil explicarle ésto a un animal grande…O pensándolo mejor, no. Esto tenía que ser más sencillo, precisamente por eso:
— Escúchame, ¿tú quieres mucho a tu amigo el pollito valiente, verdad?
— ¡Si, claro! – balbuceó entre grandes sollozos – ¡Por eso estoy llorando!
— Bien… entonces tienes que irte.
— ¡Qué! –espetó exasperado- ¿No sólo pierdo a mi amigo, sino que además me echas de mi casa, de mi propia casa, de mi hogar?
— No hay más opción porque eres diferente, búho ¿no ves que por eso estás sufriendo? Estás en el lugar equivocado, con los animales equivocados. Puedes venir siempre que quieras, pero si buscas que nunca te abandonen, si buscas un amigo real, sólo puedes encontrarlo en alguien como tú.
— ¡ESO NO ES CIERTO! ¡Muchos animales muy diferentes son amigos! ¡Me lo han contado otras gallinas! – nunca había podido resistir esas tonterias.
— Hay animales de diferentes formas, tamaños, colores, con alas o sin alas y de tierra, de cielo o de agua, que son muy amigos porque tienen algo en común… Algo que tú no encontrarás aquí entre los gritos de los gallos, los cuchicheos de las gallinas y las burlas de los pollos. Porque tú te comiste la hoja que lo cambia todo. Porque ahora ya no comerás más pienso.
El búho intentó concentrarse en las palabras de la gallina e intentar discernir el significado que entrañaban. Lo tenía en el pico (en el fondo, lo sabía) pero algo le frenaba, algo le hacía pensar que todo lo que la gallina decía era mentira, y mientras salía de la caja diminuta reflexionó:
Es probable que tengas razón, aunque yo creo que no. Por eso me iré y buscaré otros búhos. Intentaré no volver a llorar más por mi amigo el pollito valiente, pero volveré. Cada año volveré a este corral e intentaré que mi amigo el pollito y yo volvamos a ser amigos. Lo haré porque habré aprendido a no llorar tanto, a no tener miedo de los animales que gritan mucho, a valerme por mi mismo y a querer más, entonces nadie podrá evitarme; ni el pollito (que ya será gallo), ni nadie.

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